Dedícame un pedazo de tu tiempo, deja que te secuestre los miedos, luego te los devuelvo con tal de que pagues el rescate de la cobardía.
Al fin y al cabo siempre nos quedará todo aquello que no hicimos, las ganas que no le pusimos a volver a intentarlo y el constate sentimiento de culpabilidad que a pesar de aquel viejo dicho pesa más que cualquier mochila por el camino de vuelta a casa. Y es que qué te voy a decir, a tí que tantas veces te has propuesto infinidad de ojalás cumplidos y míranos, buscando porqués en cualquier texto que sientes que te llama.
Es curioso que la única certeza que tengamos sea que estamos muriendo de dudas mientras que dejas que momentos puntuales nos devuelvan la vida, que cuando te empeñas en pensar que el tiempo es la cosa más valiosa que jamás tendremos, no te das cuenta de que le deberías dar ese privilegio a la persona a quien se lo dedicas. Qué corbarde aquello de hacernos propiedad de otros, huyendo de la responsabilidad de querernos incondicionalmente, ''hazte feliz'' nos empeñamos en decirnos mientras dedicamos a otros cada cosa que hacemos.
Hasta hace poco me planteaba para qué vivimos, pero qué ilusa, siempre llego a la misma conclusión... Vivimos para nosotros, cada segundo que pasa es una demostración más de que esto es una cuenta atrás que no tiene pausas ni recreos que valgan, que nuestro tiempo aquí es limitado, casi tan limitado como aquellas personas que dicen llegar a la cima. No se lo digas a nadie, pero me hacen gracia aquellos que dicen haber tocado el cielo con la yema de los dedos sin siquiera haberse sentido alguna vez culpable de la sonrisa de un bebé.
A veces me planteo cuales son aquellos llamados pequeños placeres de la vida, pero son tan subjetivos que ni si quiera me atrevo a nombrarlos todos, abarcan tanto que ni siquiera una vida podría ser capaz de vivirlos a todos. Qué bonito es saber que aunque nos quiten la casa, el móvil o el tiempo para irnos de vacaciones nos quedarán, por mucho tiempo que pase, aquellos que sí deciden vivir de verdad a nuestro lado aunque sea por un tiempo concreto. Porque hay veces en que un Gin tonic con un amigo te abriga más que el mejor café en cualquier tarde de invierno, en que un abrazo de mamá te quita los miedos más rápido que cualquier psicólogo y otras en que unas risas son suficientes para desestresarte mejor que cualquier pastilla para dormir.
María
Gente que sigue mi sonrisa...
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